En medio del ruido de los motores, el bullicio del comercio moderno y la rapidez con la que todo parece cambiar, todavía resuenan, casi como un eco del pasado, los sonidos metálicos del afilador. Don Marcelino Covarrubias es uno de los pocos que aún caminan las calles con su esmeril al hombro, tratando de mantener viva una labor que hoy parece destinada al olvido.
Desde hace más de 40 años, don Marcelino ha recorrido La Piedad ofreciendo su servicio de afilado de cuchillos, tijeras y herramientas de corte. Su andar comienza a temprana hora desde la comunidad de El Tanque de Peña, de donde sale a pie para cubrir los más de 10 kilómetros que lo separan del centro de la ciudad.
"Ya casi no hay ni quien lo haga, ni quien lo ocupe, por lo que no queda más que hacerle la lucha", comenta con resignación, con respecto a las nuevas generaciones. Y es que su oficio, como muchos otros, ha sido desplazado por la llegada de productos importados, especialmente de origen chino, que han abaratado herramientas nuevas al punto de hacer menos atractiva la reparación o el mantenimiento.
A esto se suma el impacto de la tecnología y la globalización, que han transformado los hábitos de consumo y reducido la demanda de trabajos manuales tradicionales. Hoy, los cuchillos desafilados suelen terminar en la basura, sustituidos por otros nuevos y económicos. Por otro lado, nunca faltan aquellos que sintiéndose llenos de poder y autoridad, han intentado frenar el transitar del sr Covarrubias, por lo que él les lanza un llamado:
Oficios como este, al igual que el de los boleros, zapateros o sastres de barrio, representan un patrimonio cultural y humano que poco a poco se desvanece. Son historias vivas de resistencia, aunque invisibilizadas, que siguen caminando entre nosotros.
A pesar de las dificultades, don Marcelino no se rinde. Con paso firme y mirada cansada, sigue apostando por su labor, llevando no solo herramientas afiladas, sino también la memoria de una época en la que cada oficio era valorado como parte esencial del tejido social. Él continuará su andar pues, afilar no es solo una manera de ganarse la vida: es una forma de resistir el olvido.