Dormir bien y alimentarse de forma adecuada son dos pilares fundamentales de la salud, y aunque suelen abordarse por separado, lo cierto es que están estrechamente relacionados., la calidad del sueño puede influir directamente en el apetito, el metabolismo y la forma en que el cuerpo responde a los alimentos.
El llamado sueño saciante se refiere a un descanso de calidad que permite al cuerpo recuperarse física y mentalmente, cuando el sueño es insuficiente o está interrumpido, se alteran procesos hormonales clave, aumenta la ghrelina, que estimula el hambre, y disminuye la leptina, que genera sensación de saciedad, esto puede derivar en un mayor deseo por alimentos ricos en azúcares o grasas, afectando el control del peso y el equilibrio nutricional.
Además, dormir mal afecta la sensibilidad a la insulina, lo que dificulta la regulación del azúcar en sangre y puede aumentar el riesgo de desarrollar enfermedades metabólicas si el problema persiste a largo plazo.
Por otro lado, la alimentación también desempeña un papel importante en la calidad del sueño, nutrientes como el triptófano, el magnesio y la vitamina B6, presentes en alimentos como los plátanos, la avena, los frutos secos y los productos integrales, favorecen la producción de serotonina y melatonina, hormonas vinculadas al ciclo del sueño, en contraste, bebidas con cafeína, el consumo de alcohol o las cenas abundantes cerca de la hora de dormir pueden dificultar el descanso.
El sueño se estructura en distintas fases que el cuerpo necesita completar para lograr una recuperación efectiva, si estas se interrumpen de forma frecuente, los efectos también se reflejan en la salud digestiva y metabólica.
Dormir entre 7 y 9 horas, mantener horarios regulares y cuidar lo que se consume durante el día son medidas clave para lograr un equilibrio entre nutrición y descanso.